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Ricardo Ojalvo es el jefe de edición del portal Cocina.es, y un eminente bloguero capaz de imprimir a todos sus escritos un aroma genuino e inconfundible. Hoy comparte con nosotros parte de su chispa y nos cuenta su particular visión sobre el café y sus implicaciones en el noble arte del… sí, de eso mismo.
Beber café en la intimidad por placer y ser invitado a tomar un café, son dos cosas bien distintas. La diferencia reside en la intención, destapando el segundo de los casos el enorme potencial simbólico de esta bebida.
Dicho de otro modo, si beberse un café a solas es un acto de autocomplacencia, ser invitado puede llevar implícito un sinfín de significados ocultos perfectamente entendidos por el emisor y por el receptor, que elevan al café a la categoría de lenguaje no verbal y ponen de manifiesto los muchos aspectos psicosociales que giran en torno a esta bebida.
A poco que lo pienses, te darás cuenta del señuelo que subyacía en los posos del café que te ofreció el director de tu banco cuando quiso proponerte la renovación de tu crédito hipotecario, del que te tomaste por gentileza de aquella simpática vendedora de aspiradoras, o del café intensamente aromático con el que te embaucaron en aquella entrevista de trabajo para acabar vendiendo seguros de puerta en puerta y sin contrato.
A la inversa, reconócelo, tú también preferiste invitar a un café en vez de decirle de entrada a tu compañero de la oficina que necesitabas cambiar sus días de vacaciones por los tuyos, en vez de pedirle directamente a tu vecino que se ocupara de tus macetas y de tus cuatro gatos durante tu ausencia, o en vez de plantearle a tu jefe de buenas a primeras un aumento de salario.
No, cuando queremos llevar a alguien a nuestro terreno, no le invitamos a un zumo de fruta, ni a chocolate caliente, ni a una infusión de hierbas, ni a horchata, etc.; le invitamos a café sin pensarlo utilizando un cliché mundialmente admitido y reconocido, porque el café se ha instaurado en un puñado de siglos como una bebida mística universal con un potencial conciliador, pacificador, embaucador y seductor, a la altura de ninguna otra. No preguntamos «¿quieres comprarme la moto?», sino «¿quieres tomar un café?«; no decimos «ven a conocer mi maravillosa casa», sino «pásate está tarde a tomar un café»; no sugerimos a nadie «si tiene interés en conocernos», preferimos invitarle a tomar un café en la intimidad.
Pero entre todas las motivaciones que nos llevan a unos a invitar a café a los otros, el sexo es sin duda la más apasionante. Nunca mejor dicho.
Recuerdo haber visto la misma situación en decenas de series y pelis yankees: ambos llegaban al portal de ella después de una primera cita perfecta, y después de algunos instantes de tensa frialdad, ella emitía su veredicto en forma de beso en la mejilla (otra vez será) o de propuesta en firme para subir a tomar un café. ¿Café? Sí, café.
De los pormenores nunca se enteraba uno: de si el café se lo tomaban sólo o con leche, largo o corto, cortado o manchado, natural o descafeinado, con molienda manual o con molinillo, a pequeños sorbos o de un solo trago, etc. No nos enterábamos, porque los americanos son muy suyos para según qué cosas, pero todo el mundo sabe que en la ficción y en la vida real, cuando una chica dice café, en realidad está pensando en una noche perfecta colmada de besos, susurros, ternura, sexo y una larga conversación; y que cuando un chico escucha café, lo único que pasa por su mente es… café.
Te invito a leer este artículo de los mejores blog de café, solo para apasionados en el área.
Qué gracia me ha hecho el artículo, sobre todo la última frase con lo que piensa el hombre, a lo tipo homer simpson (aunque en realidad no sea así ;))